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trales, cuando llegaba el Adviento, preparar lo qué se llamaba el «aderezo » para el Niño Jesús•; cada monja ponía en ello todos los recursos de su afecto y de su ingenio. Se conserva el que compuso sor María Angela en 1632, siendo abadesa; se titula: Donativo y servicio espiritual, en forma de aderezo, para presentarlo al Príncipe de la eternidad Unigé– nito del Padre. No es sino una cadena de textos bí– blicos y patrísticos en latín, ingeniosamente selec– cionados. Lo perfeccionó en 1641 y en 1642 bajo el título de Velo de mi suerte (f° 222v-238v). Fruto de su creatividad singular fue asimismo su manera de dar vida a la devoción a sus santos pre– feridos. Desde 1618 practicó el ejercicio del llamado Consistorio de los santos «confesores»; consistía en encomendar una virtud a cada santo -catorce en total- y darles cuenta de su fidelidad. En ocasio– nes señaladas, como la preparación para una fes– tividad, hacía su «confesión» ante el «consistorio» en pleno. Describe en estos términos los buenos ofi– cios de que se siente deudora hacia ellos: «Son mis auxiliadores; recurro a ellos en mis tribulaciones; experimento su especial compañía y asistencia como custodios míos; nunca ando sola, porque siempre los llevo conmigo y me hacen compañía cuando más sola estoy de creaturas y más necesitada de sus socorros. Hasta a mi natural favorecen, como médicos que me lo sanan y dan valor y fuer– zas; y a mi alma hacen oficio de maestros, por las muchas advertencias, verdades e inteligen– cias interiores de mis potencias y afectos .. . Son satisfadores de mis faltas para con mi Es– poso Jesucristo y despertadores para el amor que le debo, solicitadores que me llaman a las fiestas del cielo y a los nuevos desposorios ... » (f 0 36r, 44r-49v).

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