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El misterio eucarístico, centro vital No es necesario decir que el centro de esa vida del espíritu era la Eucaristía: misa, comunión y pre· sencia real. La participación de María Angela en el santo sacrificio era, más que activa, intensa. Un día, al canto del Gloria, llegando al verso Gratias aginius tibi propter magnam gloriam tuam, recibió tal luz sobre el sentido de ese dar gracias a Dios por su propia gloria, por El mismo, que siguió cantando fuera de sí. En esto se le acercó una religiosa para pedirle no sé qué licencia, y fue tal el sobresalto, que le vino un colapso y tuvieron que socorrerla. Siguió «embebida» el resto de la misa y durante todo el día (fº 98v). Ya de novicia se le había consentido recibir la comunión con más frecuencia que las demás, y aun diariamente. Esta práctica la mantuvo siempre que le fue posible y, siendo abadesa, la obtuvo para toda la comunidad, sobre todo en Murcia. Cuando el confesor, en 1632, le quitó la comunión diaria, experimentó profunda aflicción; se sentía ingrata ante el Señor, pero no acertaba a persuadirse de que El quisiera castigarla con semejante aleja· miento (fº 43v). El momento de la comunión era el de la mayor intensidad de sus fervores y, con mucha frecuencia , la ocasión de sus experiencias místicas más profun· das y hasta de sus arrobamientos. La atracción hacia el sacramento del amor pone en su pluma acentos ardorosos. Escribe en 1626: «Algunas veces me hallo tan apasionada con su Majestad divina sacramen· tado, que quisiera hallar modo de llegar al sagrario y, con golpes de mi pecho, romper la puertecica para topar con El.. . » (fº 26v). Cada comunión era para ella fuente de paz y de suavidad interior, de 58
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