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tos de candidez en e1 íntimo de mi alma y urta cercanidad tan grande a mí, que solicitaba a mi alma le diera un tierno y cariñoso abrazo; pero mi indignidad no me dio lugar. Los efectos fueron: particularísima estima– ción de verme hija de la Iglesia, y una expe– riencia de atracción grande, como que me in– corporaba dentro de sus profundos tesoros, po– sesión de pureza interior, y las potencií1S del mismo modo» (fº 117v). El coro conventual En Zaragoza continuó con el oficio de «correc– tora de coro», es decir, responsable de la exactitud de las ceremonias y de la dignidad del recitado. Siendo abadesa, velará celosamente por el decoro de los actos litúrgicos, reprendiendo con severidad cualquier deficiencia 4 • El coro conventual era el lugar privilegiado del encuentro con Dios y consigo misma. «En él tengo mi oración y, por la mayor parte, todos mis mejores empleos, así de noche como de día. Es el puesto en donde más misericordias recibo. Aquí el Señor me comunica conocimientos delicadísimos. Aquí conoz– co con claridad y verdad los impedimentos y estor– bos que yo propia pongo en mi camino ... », escribe en 1632 (fº 43v). Cuando notaba languidez en el recitado, sobre todo en las solemnidades, ella comunicaba entusias– mo, sobreponiéndose a veces a su debilidad física y a sus males habituales (fº 65v). Para animar a las hermanas solía repetir el invitatorio Regem cui 0111.- ' Así lo atestiguan las hermanas en el proceso informa– tivo: Traslado , f" lSr. 56

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