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sia triunfante, la «patria» por la que suspiramos los que «peregrinamos» en el destierro de esta vida co· mo miembros de la Iglesia militante. Y explicaba el «desafío» a los ángeles: <~Como moradora que soy de la Iglesia militante, tengo que cantar las alabanzas divinas con pureza y alegría de corazón, y procurar imitar a los ángeles en el amor y vene· ración, temor y temblor de mi indignidad; y de todas hacer unos perfumes a la beatísima Trinidad, un~éndolas y poniéndolas en el incensario de oro del corazón de Cristo, mi Señor» (fº 113v, 17lr, 192r). Esta piedad litúrgica y eclesial correspondía a un aspecto importante de su fe: profundo sentido de Iglesia, excepcional asimismo en aquella época. Uno de sus mayores consuelos era llamarse «hija de la Iglesia» por el bautismo (fº 204r). Al igual que en los escritores de la época apostólica, la Iglesia se personifica ante su mirada contemplativa, se ha– ce experiencia mística que obra inefablemente en su espíritu. El sábado santo de 1642 estaba siguiendo gozosa· mente el canto del pregón pascual, la Angélica. A las palabras Exultet et mater Ecclesia, sintió que penetraban como un dardo en su corazón, inflamán– dolo poderosamente. Siguió «una atracción, a modo de abrazo, y unión con mi madre la Iglesia -escri· be-; experimenté una simplicísima pureza y can– didez». Y prosigue: «Estando de este modo, tuve una visión in– telectualmente de mi madre la Iglesia en fi. gura de una dama hermosísima, vestida J.'! blanco y cercada de resplandores blancos como de sol. Su rostro era blanquísimo como la nie– ve; tenía el cabello de su cabeza tendido, muy bello y rubio ... Mi alma la miraba amorosa y tiernamente, y ella a mí con apacible rostro y suave vista; con ella me comunicaba mimen- 55

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