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Su piedad, además de ser bíblica, y por esto mis– mo, era eminentemente litúrgica. El Breviario ins– piraba y enmarcaba progresivamente su vida inte– rior. El versículo de un salmo, la lectura de un nocturno, un responsorio, una antífona, bastaban para transportarla al plano de las experiencias uni– tivas; éstas, con todo, no le impedían seguir el mo– vimiento del rezo con absoluta fidelidad. Escribe en 1636: «Cuando estoy cantando los salmos en d coro, así como llego a pronunciar las palab1as que hablan de atracciones interiores, me calan en el alma y me la arrebatan a modo de un vuelo o saeta. Lo propio me sucede cuando to– po versos que tratan de finezas de amor, ag1a– decimiento y respeto reverencial para con Dios» (f 0 66v). Y en 1642: «Me acontece muchísimas veces que, can– tando los salmos, me comunica su Majestad, µor efectos interiores, lo propio que voy cantan– do, de modo que puedo decir con verdad que canto los efectos interiores de mi espíritu y no la composición y versos de los salmos. Declárome algo más en particular. Canto el primer verso del salmo de Prima Beati immacu– lati in vía (Sal 118): luego experimento en el íntimo de mi alma una iluminación de candi– dez que, como agua, corre a amar la ley de eje– cuciones de mi divino Señor; luego, en el se– gundo verso, ya experimento parece se deshace mi alma en busca de sus divinas verdades y Sobre el fenómeno del conocimiento del latín véase L. I. ZEVALLOS, Vida, 56-69. Un sentido de humildad le hacía, a veces, no presumir de latinista. En 1642, escribiendo a don Alejo de Boxadós, le ruega le traduzca y explique los tex– tos que él le cita en latín (f° 114r, 125v). 52
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