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El canomgo Boxadós respondía exactamente a ese corte de guía espiritual: hombre de iglesia, gra– ve y muy señor, supo usar para con su compatriota un modo digno y delicado, sin dejar de ser muy paternal. Dios «maestro y declarador» de su Palabra Una de las primeras preocupaciones, o si se quie– re curiosidad, de los que trataron a sor María An– gela fue aquel su conocimiento carismático de la sagrada Escritura y de la lengua latina. El arzobis– po don Juan Martínez de Peralta (1624-1629) se ere· yó en el deber de designar una comisión de cinco examinadores para averiguar si tal fenómeno era verdaderamente «infuso». Formaban parte de la mis– ma el confesor ordinario doctor Arbués, el canónigo Gil, el prior Briz, el padre Bartolomé de Jesús Ma– ría y el doctor Pedro de Apaolaza, obispo de Bar– bastro a la sazón. Le hicieron toda clase de pruebas a base de citas latinas de la Biblia y de los santos Padres, y ella fue indicando, con precisión y sin va– cilar, libro y capítulo donde se hallaban. El canó– nigo Gil fue más adelante, proponiéndole catorce lugares de escritores eclesiásticos, sin decirle los autores, como si se tratase de textos bíblicos. Ella fue respondiendo uno a uno: -Ese lugar no es de la Escritura, sino de tal santo. La prueba final fue el mandato de componer un verdadero sermón tomando como tema tres versícu– los de la Biblia, que ella debía comentar espiritual– mente ante las r eligiosas y los examinadores: Le 22, 48; Sal 40,10; Cant 8,1. María Angela obedeció: re- 50
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