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extraordinario, el espíritu de sor María Angela cuan– do ésta era vicaria de la comunidad (1623-1626) y le dio orientaciones muy acertadas. que ella anotó por escrito y conservó con agradecimiento (fº 5v-8v, 33v) 1 • María Angela se condujo con sus confesores con la sinceridad y apertura que la caracterizaban. En– contraba en ellos luz y seguridad. A todos los re– cordará con afecto. Pero no todos acertaron a con– ducirse con el justo sentido de discreción y de res– peto a la experiencia personal de la penitente, lo cual le acarreó algún que otro sinsabor bastai;.te amargo, tanto que, en 1632, dejó anotado: «Viéndo– me sin padre espiritual días había, por unos enten– deres errados del confesor al haberme su Majestad manifestado su secreto interior, determiné e hice una gran resolución de no confiar en hombre al– guno ... Y así hice una entrega de mí a mi divino Señor, total, para todo mi gobierno, hasta que me diese quien me gobernara» (fº 45r). Peor era cuando alguno de ellos pretendía utili– zar su influencia para el logro de prebendas ecle– siásticas , en un clima de ambiciones y de manejos poco edificantes. «Tuve grandes pesares y terribles disgustos», escribe refiriendo lo sucedido con un confesor ordinario (fº 45v). Ninguno le llenó como don Alejo de Boxadós y Llull 2 , canónigo de Barcelona, conocido ya de las capudhinas de Cataluña. Llegó a Zaragoza en 1641 1 Los arzobispos de Zaragoza tuvieron siempre esmero particular en dar a las capuchinas buenos confesores. Del cardenal García Gil, que rigió la diócesis de 1-858 a 1881, se refiere esta frase: «Tengo muchos confesores buenos para religiosas, pero para las capuchinas, pocos » (I. TORRA– DEFLOT , Crónicas, II, 101). 2 Conservo la transcripción que él mismo daba a su apellido, si bien la forma corriente en Cataluña es Boxadors. 48

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