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zar para ellas de su Majestad lo que alcanzó una mujer infiel para su hija» (fº 17v). El rigor de aquellos comienzos heroicos, junto con las condiciones precarias del edificio, ponían a prueba frecuentemente la salud de las jovencitas que tornaban el hábito. Sor María Angela tenía fe en la especial ayuda de lo alto en tales casos. Ella misma refiere cómo una de las novicias, sor Fran– cisca Gertrudis Díaz de Béjar, natural de Alfaro, enfermó gravemente hasta el punto de ser desahu– ciada de los médicos. Sentía grandemente se le mu– riera; recurrió a la intercesión de su venerable ma– dre Angela Serafina. Segura del milagro, obtuvo de la abadesa autorización para sacarla de la en– fermería y llevársela al noviciado, accediendo al deseo de la misma novicia; ésta se adaptó a las compañeras en todo el estilo de vida, fue mejoran– do y pudo profesar llena de salud. Sería una de las que llevaría consigo, más tarde, a la fundación de Murcia, donde le sucedería como abadesa 6 • Otra de las novicias de primera hora fue sor Cla– ra María Tibieno, natural de Tudela, hermana de un capuchino 7 • No se trataba de una iovencita, ya que hubo dificultad para admitirla porque se vio que era «corta en leer» v, siendo de más de veinti– cinco años de edad, no ofrecía esperanza de ponerse al nivel cultural de las demás jóvenes. Fue norma, en efecto, en la comunidad de Zaragoza, ya desde el principio, enseñar a todas un mínimo necesario para la recitación del oficio divino y para la lec– tura personal. Tanto insistió la tudelana, que logró • Escritos, fº 240r; L. I. ZEVALLOS, Vida, 469s. 7 Se conocen los nombres de al menos seis capuchinos, naturales de Tudela, que tomaron el 'hábito antes de 1616, pero no constan sus apellidos. El convento de Tudela fue fundado en 1613. 44

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