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tan delicada. Pero sabía que nunca le había de faltar el auxilio divino. Veamos cóm0< refiere ella misma una de aquellas crisis de desaliento: « Un domingo, estando preparándome para comulgar, sobrevínome una turbación y oscuri– dad interior, que me deshacía en lágrimas; te– miendo verme con carga de almas para ense– ñarles religión y camino espiritual y trato con Dios. Víme para esto tan pobre, que me llené de confusión y temores indecibles ... En esto se me representaron aquellas palabras que di– cen: Vineam meam non custodivi (Cant 1,5). Aquí se me renovaron mis lágrimas, temo– res y sentimientos. Pedí a su divina Maiestad me favoreciese en concederme las tres virtudes teologales de la -vivísima fe, segura esperanza y encendida caridad; pero, al llegar a pronun– ciar la virtud de la esperanza, un diluvio de lá– grimas me cubrió el rostro. Sosegó su Maiestad con esto los temores in– teriores, y convirtió mis amargas lágrimas en lágrimas amorosas y resignadas. Y, suavizando mis temores, aseguró en mi alma la virtud de la esperanza» (fº llv). Confia'ba, en particular, en la intercesión de su santa madre fundadora. En homenaje a ella quiso imponer a la primera novicia que tomó el hábito el nombre de sor Angela Serafina de Mendoza. Tenía muy presentes los criterios formativos de su hermana, que ya conocemos. Dejó descritos sus métodos personales en el opúsculo· Práctica espiri– tual, que escribió cuando ya era maestra de las jó· venes profesas, con miras a orientar a las respon– sables de la formación 5 • · 5 Práctica espiritual muy provechosa para las nuevas y novicias; y así se la dedico a las madres maestras. Y jun– tamente unas advertencias y puntos muy importantes para ser perfectas religiosas. Copia del autógrnfo en Escritos, f' 248r-258r. 41

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