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Inés Cors y sor Francisca Rosell, hizo un pacto de «hermandad muy íntima y de desafío», una porfía de generosidad, en que nd faltaba la rigurosa co– rrección recíproca acompañada de eficaces repara– ciones en privado y en público. Todo se hacía bajd la guía y el control paterrtal de rrlosén Martín, aterf to a moderar lo que pudiera haber de excesivo eri aquellos fervores. Les había impuesto los nombres de los tres apóstoles predilectqs de Jesús: Pedfo (sor María Inés), Saritiago (sor l'raricisca), Juan (sor María Angela). Al profesar ei;i i611 vendría ~ inte– grarse én el «desaf,íb» sori Arcángela Nogi:iés, pa– riente de las Astoreih. Mosén Martín estaba satisfechd. Al comproBar en sus ardorosas neoprofesas «tan grandes prové– thos en lo espiritual y, en lo exterior, tan particular ejemplo de observancia religiosa y de vii; tud.es con– tzentuales», les concedió, de ái::Uérdél .con la abadesa, dos días más de comunión sérri?rlal, sobre los que tenía lo conitiriidad, privil,egio de que sólo gozapa sor Isabel y otra religiosa de gril;n espíritu. Hubo fracción . ~ntre las antiguas, y .él büeh md$én tuvo qüe justificar reitéradaiii.erite eljforé:j~é de la e~sep– ción hecha con las ióvénes (fº Slr, 102v-104r, 276v- 277v). · . En el fondo de aquel juego fell.z había, en María Angela, una experi~ricia infusa cada día rriás rica, y precisamente en la línea de l:!CJliel sµ carisma per– sonal de la cdntetiiplációrt bíblicá. Veam_ds cómo lo recuerda eii su lérigliajé sierripfo expresivo: 34 «En este tieiripd era mi ahiia un ,remedo de mariposa de. noche y de día, ardiendo en ,fueg,j vivo y sed insaciable en busca de mi Dios ... Sólo le hada ausencia ei Hempo que tomaba el sueño; y éste lo t.omaba. tan sobreievaritacj.a que, apenas recordaba (=despertaba) , _cuando ya me sentía llamada y solicitada de mi divino

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