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tura evangélica frente a la discriminación entre her– manas que profesaban la misma regla. La profesión Aquel largo esperar, año tras año, la había habi– tuado a mirar la profesión como meta suprema, lo– grada la cual ya no tenía sentido el resto de la vida. «Todo el último año de mi noviciado -escribe– deseé y pedí a nuestro Señor me concediese que el día de mi profesión me muriese.» Una noche tuvo un sueño, que ella interpretó corno confirmación de ese su deseo. Lo refirió a su hermana, y ésta a la madre Angela Serafina. La santa fundadora la llamó, la «consoló y riñó juntamente», y le mandó no pen– sar en eso. La profesión no había de ser el término, sino el punto de partida en la marcha hacia Dios (fº 275r). · María lloró sin consuelo, como todas las veinti– éuatro hermanas que ya componían la comunidad, la muerte de su venerada madre Angela Serafina el 24 de diciembre de 1608. Días antes, el 8 de diciem– bre, llamando a capítulo a las profesas eh su propia habitación, la fundadora les había pedido los votos para la admisión de sor María Angela. No quería morir sin asegurarse del futuro de aquella su novi– cia predilecta, de la que tanto esperaba 2 • Otro sueño, tenido meses más tarde, la confirmó en lo que para ella iba a ser la profesión. Fue una sensación íntima de la presencia de la Trinidad y, en forma muy clara, se le representó la figura de Jesucristo, «de cosa de unos dieciséis años -su pro- ' Debemos la noticia a Isabel Astorch, en la vida es– crita por el padre Fons: I. TORRADEFLOT, Crónicas, 242s. 32

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