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fieso lo fue, siquiera para no condenar los pro– cederes de la maestra pasada... ; hacía en mí lo propio casi que la dicha maestra... El cuidado que tuvo siempre conmigo fue saber los efectos, desconsuelos y tentaciones que padecía en mi interior. Y, si hallaba buena disposición, cargaba más la mano en todo lo penoso y desabrido» (f 0 274r). Y no le faltaron en aquel año «desconsuelos y tentaciones», que fueron acrisolando su espíritu. La más seria fue la de de_jar la naciente fundación, aus– tera, pero franciscanamente animada, juvenil, labo· riosa, para pasarse a otra orden de ritmo más mo· nacal y solemne, por ejemplo a las dominicas del convento de Los Angeles. «Poníame el demonio por blanco -explica- el retiro y la quietud de una celda, para vacar más libremente a la oración y lectura de libros espirituales» (f° 2v). Por su cultura superior y su madurez, fue encar· gada de instruir a sus compañeras de noviciado. Y esto también le atrajo su dosis de mortificación: la apodaban la «maestrita» 1 • Corría de su cuenta en· señarles labores, la doctrina cristiana, así como a leer, cantar, registrar los libros litúrgicos, las ce· remonias del coro, modo de hacer los ejercicios pe· nitenciales, y aun iniciarlas en las formas de piedad elementales (fº 273v). Hubo momentos en que temió por su fidelidad al Señor por aquel camino de enaltecimiento, que estaba muy lejos de ambicionar. «Deseé mucho ser hermana de obediencia para mayor quietud en la religión», escribirá más tarde. Y lloró porque no se lo permitieron (fº 275r). Había en ese deseo, no sólo un sentimiento de humildad, sino también una pos· 1 Proceso informativo: Traslado, f• 2. 31
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