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mana, que ella hará suyos más tarde, el más funda– mental era la conciencia de la responsabilidad per– sonal, por moderno que esto parezca. Es sor María Angela quien lo atestigua: «Entró mi venerable madre y hermana en el oficio de maestra de novicias; y, como era tan espiritual y prudente, ejercitó dicho oficio con gran amor y cordura. Holgáronse mucho las novicias. Porque en principiantes siempre se ofrecen ocasiones de desconsuelos, dudas y tentaciones, mostróles grande amor; y así to– das la amaban muchísimo. Y se consolaron y desahogaron, estando alegres y contentas. Eran las novicias en número de cinco o 5ic– te. Pero yo, como estaba tal, no me acuerdo tuviese pena ni gloria, como dicen. Dispuso el noviciado de modo que cada una de las novicias supiese lo que había de hacer. Luego enseñó oración, meditación, exámenes de conciencia, presencia de Dios, mortificación interior y exterior, y cómo cada una fuese qui– tándose la propia voluntad y ser maestra de sí misma en este punto, porque ella no lo hubiese de ser.. . Las mortificaciones les decía las ha– bían de obrar por actos amorosos y, si la con– tradicción fuera mucha, por actos violento5 y resoluciones ... Llevar a Dios vresente y, en su presencia, ser humildes, obedientes y pacientes, sufriéndose las condiciones las unas a las otras. Y ser muy devotas de la Virgen y de particula– res santos ... » Toda amor y solicitud con las demás, sólo con su hermanita era calculadamente seca y hasta huidiza: 30 «Fui la más esclava en el trabajo del novi– ciado, como criada y sierva de todas las novi– cias. Mandábame con tanta severidad, que en jamás me tuvo un rato a solas para animarme y asegurarme su prudente proceder, que con-
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