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lencia, cohibiendo su pundonor y desoyendo la voz del buen sentido. Y todas vieron cómo el palo vol– vía a cobrar vida, y daba a su tiempo flores y fru– tos. Trasplantado a la huerta del monasterio, al tras– ladarse la comunidad, el árbol de la obediencia, co– mo se le llamó, siguió dando excelentes naranjas por muchos años, al mismo tiempo que era una lección permanente, especialmente para las novicias, del valor de la obediencia pronta y sencilla 5 • 5 El padre Fons lo vio en 1621 «fresco, lozano y bello». Tuvo casi dos siglos de vida, hasta que los hielos de un invierno excepcional, en 1794, lo secaron. El tronco fue conservado. como reliquia. Para perpetuar su recuerdo, las monjas tuvieron la buena idea de sembrar Ias pepitas de las últimas naranjas que había dado; así nació el segundo «árbol de la obediencia» del convento de Barcelona y otro, que fue trasplantado a la huerta del convento de Gerona, donde todavía vive vigoroso. También en los conventos de Matará y de Manresa han existido hijos o nietos del pri– mero. Véase I. TORRADEFLOT, Crónicas, I, 223s, 427-429. 27

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