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cilaba, metida como se veía en aquel cerco de «opri– misiones y mandamientos», como ella se expresa, con que 1a atosigaba aquella «sierva de Dios». Ella, tan amiga de la libertad de espíritu y tan necesitada de cordialidad y apertura. Pero, añade, «mi alma estaba libre de todo abo– rrecimiento hacia ella». Y lo demostró en una co– yuntura bien significativa. No sabemos si debido a esa tensión interior, o por otra causa, le sobrevino una gran dolencia que la puso en trance de muerte. Al recobrar los sentidos, después de un síncope que le había dado, halló a toda la comunidad en torno a su cama y enfrente a sus dos maestras, la pasada y la actual. «Luego me dio nuestro Señor -'-escri– be- advertencia era buena ocasión para manifestar mi interior y la quietud de mi conciencia: en abrien– do los ojos, los puse fijos en dicha segunda maestra y le hice un sonriso, y ella me admitió haciéndome otro. Causó esto admiración a }ps religiosas, y yo advertí se miraban las unas a las otras. Pero, no obstante lo dicho, siempre me hacía horror vivir con la condición y natural de dicha sierva de Dios» (fº 270v-272r). ·· Por fin madre Angela Serafina se decidió a de– poner a la maestra, sustituyéndola poi:- sor Isabel Astorch. Hubo una causa particular de ·sufrimiento, inde– pendientemente de la actitud de esa «sierva de Dios», y ello ya desde la entrada en el monasterio: la afi– ción de María Angela al breviario y su pasión por leer libros en lengua latina. «Era mi gloria verme rodeada de líbros en latín.» Una verdadera «pasión», confiesa ella misma. Niña como era, se entretenía a veces amontonando los breviarios y diurnales, que las hermanas tenían en el coro, para gozar abrazán– dolos y hasta apretándolos ,entre los dientes como 25
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