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ya que en el origen del monasterio de Barcelona no se había seguido el modo normal de otras fun– daciones. El servicial ermitaño se dio arte para ob· tener del papa cuanto la fundadora deseaba y regre· só con el breve de 26 de abril de 1608, en virtud del cual el monasterio de santa Margarita quedaba «con– firmado y aprobado perpetuamente. sanando cuan· tos defectos hubiera habido en la fundación, con todas las gracias y privilegios de los demás monas· terios de santa Clara, pero con sujección al ordi– nario diocesano». María Angela tomó como modelos vivientes a la extática fundadora y a su propia hermana sor Isa– bel, muy favorecida asimismo con gracias místicas, que mosén Martín iba poniendo por escrito. En lo exterior fue su maestra, los dos primeros años, sor Victoria Fábregas, la «primogénita» de madre Angela Serafina. Rígida y exigente, pero rica de ternura y de experiencia espiritual, supo ganarse la confianza de nuestra aspirante. Por el contrario, la maestra que le sucedió no estaba a la altura de su delicado oficio. «Era en todo opuesta a mi natural y condición», escribe Ma– ría Angela. Inmadura y celosa, le daba en rostro todo cuanto a las demás, especialmente a la funda– dora, les caía en gracia en la benjamina; y no per– día ocasión de humillarla y aun de maltratarla, lle– gando a azotarla por su propia mano. Si en el coro sobresalía por su voz sonora y armoniosa, si des– collaba por su conocimiento de los textos litúrgicos, por sus modales comedidos, por sus salidas de per– sona mayor, hasta por sus actos de virtud, todo acarrea:ba a la sufrida muchacha reprimendas y pe· nitencias. Hubo momentos en que María Angela, que todo lo soportaba en silencio, sintió que su vocación va· 24
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