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.ies. Marchó a Barcelona a eXiponer sus deseos al obispo; y fue entonces cuando conoció fortuitamen– te a las capuchinas, quedando prendado del espíritu que animaba a la comunidad. Ellas lo pidieron por confesor; desde entonces vivió cerca del convento junto con un compañero que le procuraba el susten– to, en suma po'breza y retiro. Esto sucedía a poco de ingresar María Angela. La fundadora tuvo en él un colaborador incon– dicional, tanto para la formación espiritual de las hermanas como para la tramitación de los asuntos del monasterio y · de las otras fundaciones. María An– gela se confió a él con docilidad más que infantil, poniendo en práctica al pie de la letra el plan de vida que él le señalaba y dándole cuenta puntual, de ooho en ocho días, de sus progresos o dificulta– des. «Yo no le encubría cosa de mi interior, así mala como buena -recuerda ella-; en esa edad me hizo Dios grandes misericordias, porque toda la doctrina de este padre se me imprimía en mi alma y en mis potencias como el sello en la cera.» En efecto, ya anciana, transcribirá literalmente los puntos de me– ditación que él le había hecho retener de memoria para cada día de la semana, como ella misma segui– ría haciéndolo en Zaragoza con sus novicias 4 • Comprendemos que le fuera dolorosa -como ella lo dice- la partida de mosén Martín cuando, a fines de 1607, éste viajó a Roma, comisionado para aca– bar de poner en claro algunos interrogantes todavía pendientes sobre la situación canónica de la funda– ción. Interesaba, sobre todo, a madre Angela Sera– fina que quedase en firme el entronque con la orden de santa Clara y con la reforma de las capuchinas, 4 Escritos fº 2v, 240r, 270-273. Sobre mosén Martín Gar– cía, véase N. TORRECILLA, La primera y penitentissima reli– gión ..., fº Sv-6v. 23
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