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ritu. Ella misma describe lo que fue aquella primera experiencia de vida claustrai: «-Lo primero que puso Dios en mi corazón fue el parecerme las religiosas santas. Hasta el hablar unas con otras y hasta cualquier rui– do ,que oía en casa, todo me sabía a santo. Y así me causaba todo gran devoción. Al vedas puestas en el refectorio con tanta pobreza y mortificación, me parecían unas santas del yer– mo. Mi corazón estaba tal, que me apasionaba en querer seguirlas en todo cuanto alcanzabr. a ver o saber de mortificaciones o penitencias. Todo lo apetecía y buscaba medio para hacer– lo, de modo que me ,habían de esconder los ins– trumentos de penitencia y tenerme, como dicen, guardias a la vista» (f 0 86v, 135r, 269r). El hecho de ser la niña de la casa y su misma precocidad natural y espiritual, le granjearía sinsa– bores. Era muy favorecida en el físico; especialmen– te llamaban la atención sus ojos, de mirar ingenuo y profundo. Un director santo y una maestra inmadura Tuvo como guía en sus primeros pasos en la vida de oración al confesor de la comunidad mosen Mar– tín García, «santísimo varón y de grande peniten– cia». Era aragonés, natural de Pina. Renunciando a un beneficio eclesiástico y a su patrimonio, abrazó la vida eremítica. Después de morar en algunos «de– siertos», llegó a Marsella, donde pasó diez años re– tirado en la cueva de santa María Magdalena. Vuelto a España, quiso ocupar una de las ermitas de Mont– serrat, pero no obtuvo la autorización de los mon- 22
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