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La ciudad de Murcia se volcó a venerar el cuer– po de la que todos proclamaban santa. Y comen– zaron a multiplicarse los milagros obtenidos por su intercesión. Se le dio sepultura bajo tierra, en el coro bajo. Al cumplirse el año del fallecimiento, la abadesa sor Gertrudis, con algunas religiosas más, excava– ron la tumba y abrieron el ataúd para ver cómo es– taban los restos. «Sacamos el venerable cuer¡po -re– fiere la misma sor Gertrudis en carta al arcediano de Zaragoza-, y lo hallamos todo entero, y los ojos abiertos, como mirándonos a nosotras,; los tenía tan llenos, que se veía el blanco, y las niñas de los ojos como de una persona viva.» Dieciocho años después, en 1683, obtuvieron auto– rización las religiosas para desenterrarlo y colocarlo en un nicho en la pared del presbiterio. Y otra vez constataron que «se conservaba incorrupto, y los ojos llenos y abiertos». Un tercer reconocimiento se hizo en 1688, al trasladar los restos a la iglesia nue– va, en presencia de muchos testigos cualificados; y también entonces el cuerpo apareció «entero e in· corrupto, y los ojos tan claros, que se podía mirar en ellos». Fue colocado bajo el altar de Nuestra Señora del Pópulo en una caja nueva. Nuevo re– conocimiento en 1725, hecho por las religiosas con autorización del obispo: el cuerpo estaba entero, aunque ya con algunos deterioros; «y los ojos lle– nos y abiertos», vuelve a decirse en el atestado de la abadesa. Diríase que las buenas capuchinas se· guían sintiéndose baio el mirar penetrante y apaci– ble de aquellos ojos, cuyo influjo silencioso habían experimentado las que la tuvieron por guía mien– tras vivió. Esta vez fue colocado el cuerpo en un arca de ciprés con clavazón dorada bajo el mismo altar. 232
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