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bras de Jesús a Simón Pedro: Cuando eras joven, te ceñías tú mismo e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, otros te ceñirán y te llevarán ... (Jn 21,18). Aceptar conscientemente esa forma de anulación, puede ser espiritualmente bello, pero no deja de ser amargo. Refiere una de las hermanas cómo, por entonces, la vio aparecer melancólica; sus ojos be· llísimos, que comunicaban serenidad, estaban como eclipsados por las lágrimas y eclipsada su alegría habitual. Rogóle confidencialmente, por el amor que le tenía, le dijera la causa de aquella mudanza. Y ella, pidiéndole absoluto secreto, le dijo: -Hija mía, tengo de verme muy presto, en esta mi ancianidad, de modo y tan sin acción, como si fuera una niña de cuatro años, y aun menos. Por esta razón el natural se aflige; pero la voluntad está fuerte y resignada en que se cumpla en mí la de mi divino Señor, a quien estoy del todo entregada 4 • Era penoso, en aquellos años, verla asistir si· lenciosamente con la comunidad, caminar con sem· blante ausente, pero recogido, dejando traslucir mo· mentas de intensa paz interior y solaces secretos de su espíritu. Durante el día se la hallaba en el coro o en su celdita, fijos los ojos en el retrato de su hermana Isabel, con la que nunca dejó de co· municarse en silencio. A la enfermera sor Gabriela debemos la testifi– cación de un hecho sucedido por entonces. Cayó en· ferma de gravedad la abadesa sor Gertrudis, a la que ya había arrancado a la muerte una vez sien· do novicia, en Zaragoza. Viéndola desahuciada del médico, fueron las hermanas a la fundadora y le dijeron: ' L. I. ZEVALLOS, Vida, 231. 229

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