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Era natural que todos atribuyeran aquel estado de disminución a un proceso de senilidad, tal vez prematuro, ya que se produjo cuando apenas con· taba 68 años de edad. Pero ¡ cuál no fue la sorpresa y la emoción de las hermanas y de cuantos la co– nocían al encontrar después de su muerte, entre sus papeles, una oración autógrafa, redactada en 1661, cuando aún gozaba de plena lucidez, en la que suplicaba al Señor la gracia de quedar inhábil para el desempeño de toda responsabilidad, con el fin de terminar su vida en humildad y renuncia total! No ha llegado hasta nosotros, por desgracia, el texto original de este singular acto de desapropio, heroico si los hay; pero existía aún, conservado co· mo preciosa reliquia, cuando el padre Zevallos re· cogía el material para su biografía. Gracias a él conocemos el texto central de la ofrenda. «Rogaba a su Amado, con las mayores ve– ras de su corazón quedar inepta en lo exterior, para las cosas de este mundo y, consiguiente– mente, sin el cargo de prelada; de tal modo que no la impidiese, en su interior, andar siem– •pre en la divina presencia, alabando y glorifi– cando a su divino Señor en perpetua oración; que, en lo demás, la privase de la memoria y razón, haciéndola como incapaz del trato de creaturas» 3. ¡Había anhelado tanto aquel estado de niñez, mirándose en la impotencia del Hijo eterno de Dios hecho niño! Y el Señor la iba preparando para esa dura realidad de la «segunda niñez» biológica me· <liante misteriosos presentimientos. Cierto día escuchó como dichas a ella las pala· ' L. I. ZEVALLOS, Vida, 230. 228
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