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nominalmente. En una de esas cartas, la escrita con fecha 20 de mayo de 1656, les daba la noticia del fallecimiento de su amado confesor: «Les hago saber cómo Dios nuestro Señor se llevó a su santo reino a nuestro fundador el señor don Alejo de Boxadós y Llull.» Les pedía le aplicaran sufragios. Puesto que María Angela interrumpió definiti– vamente sus cuentas de conciencia por escrito, a lo que parece, a mediados del año 1655, cabe supo– ner que don Alejo se hallara desde entonces impo– sibilitado por su última enfermedad, dejando tal vez de ser confesor de la comunidad. Hubo de ser, sin duda, una pérdida muy sensible para su corazón. Las últimas tres cartas a la comunidad de Cala– tayud datan de abril y septiembre de 1658. Los tra– zos son todavía seguros, pero la redacción aparece trabajada, llena de repeticiones y de frases incom– pletas, muy otra de la dicción fluida y castiza que ya conocemos. Pero respiran lucidez evangélica, co– mo la que dirige a sor Magdalena Mendoza de Ucen– da instándola a sujetarse a la obediencia, aceptando continuar en el puesto de maestra de novicias, aun– que no le agrade 1 • Tardaría aún en llegar el término de la existen– cia biológica; pero iría precedido de una muerte que podemos llamar psíquica, «muerte civil» la lla– ma el padre Zevallos, mucho más sensible para las hermanas que tanto la veneraban. En 1661 fue perdiendo rápidamente el vigor de sus facultades y quedó reducida a un estado infan– til, incomprensible para cuantos habían conocido su clarividencia mental y su presencia de ánimo, aquella entereza y personalidad, que imponía sin 1 Los originales de las siete cartas, que no figuraron entre los escritos examinados en el proceso, se conservan en el archivo de las capuchinas de Calatayud. 226

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