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En la fiesta. de la Ascensión del año 1651 expe– rimentó que su esperanza en la gloria eterna · se afianzaba de tal manera, que se transformaba en «seguridad de la posesión de la eterna Jerusalén» (fº 76v). La salud corporal, resentida notablemente con laE– andanzas de las inundaciones, acusaba de tarde en tarde situaciones nada tranquilizadoras. Ya no SE' trataba solamente de aquellas dolencias originadaE, de las vivencias místicas: eran achaques reales de un organismo trabajado y gastado. El 16 de diciem· bre de 1654 cayó en cama con una dolencia que la dejó sumamente debilitada (fº 220r). En sus último5 apuntes, escritos en 1655, deia entrever presentí· mientos de una muerte próxima. La última cláusula de los mismos es un grito anhelante: «Toda la corte del cielo, Dios mío, te canta gloria por toda la eter- ·. nidad. ¡Amén, amén!» (fº 221r). Pero aún se hallaba con arrestos, no sólo para]~ guiar eficazmente la comunidad, sino aun para ve:,J nir en ayuda, con sus consejos y su experiencia, del'. la nueva fundación de Calatayud, iniciada el 26 de'./, mayo de 1655. Dos semanas más tarde contestaba a · las cuatro fundadoras, saludándolas «hijas y biznie– tas mías» y orientándolas en la empresa. «Plantar un convento -les decía- es trazar camino de es– píritu y oración, que es el punto esencial, porque, como es el alma de toda la perfección religiosa, si esto faltase, sería lo demás cuerpo muerto». En– trando en consejos concretos, les recomendaba vi– vamente que comenzaran dando obediencia al or· dinario diocesano de Tarazona, en cuya jurisdicción estaba el convento; y nada de intromisiones de frai– les, preocupación que ya vimos de dónde le venía. Con afecto de «agüela y madre», se interesaba por cada una de las profesas, novicias y aspirantes, 225
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