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llamada a unir acción y contemplación, unión cuya fórmula no resulta fácil. Lo consultó más de una vez con don Alejo, y la respuesta del confesor fue, como es normal, la que recibiera de santa Clara y de fray Silvestre, en oca– sión bien conocida, san Francisco de Asís: sacrifi– car la quietud de la contemplación en beneficio del prójimo, cuando lo exige la caridad. Pero no siem– pre podía atenerse a esta norma; se sentía llamada, por encima de todo, a la intimidad divina y sabía que era en el cultivo de ésta donde se le daba aque· lla luz que los de fuera venían a buscar. Veamos cómo ella misma describe el conflicto. Fue el 26 de febrero de 1647: experimentó, de una forma muy clara, la presencia invisible de Cristo, acompañado de santa Gertrudis, la grande contem– plativa cisterciense; se sintió envuelta en la mirada del Señor. 220 «Comunicóme -dice- unas influencias de gustosos desahogos, tan grandes, que ignoro el cómo ni cómo saberlo decir... Experimen– taba felicidades de paraíso ... Llevó este divino Señor mi espíritu a unas soledades de montes y amenidades grandes, lejísimas de creaturas: parecía cosa muy cercana al cielo. En ellas se desahogó mi alma, de modo que eché en olvi– do toda oprimición interior y exterior; y así gocé de toda libertad y anchura, como que me había quitado su Majestad un peso de gran– des ataduras. Gustosa y ágil, iba veloz por aquella ·libertad, sin recelo de creatura alguna, más que si no las hubiera creado Dios ... Aquí, señor mío, sin duda que no falté a su mandato de vuestra señoría de que esté con las creaturas beneficiándolas, a lo mejor que me siento llamada a soledades. Porque yo no me fui a ellas por llamamiento, sino llevada de pronto, sin poder hacer violencia contraria. Y
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