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mana mayor, a mi modo de entender; y así, cuando sé algunos delitos de ellos, me coge una tristeza y melancolía notable muchísimas veces, y me hallo sola, porque pierdo el parentesco que con ellos ex· perimentaba. Es la causa el haberse apartado los pecadores, pecando mortalmente, de su única ma· dre la Iglesia ... » (fº 182v). La gloria de Dios, el amor a Cristo Salvador y esa unión vital con la madre Iglesia estimulaban su celo. En agosto de 1647 oró insistentemente, con la comunidad, por la conversión de un reo conde– nado a muerte; y recibió en su interior la certeza de que se había salvado (fº 178r). De su apostolado a través de la reja conventual, en Murcia, declara sor Clara Sessé, tornera mu– chos años: «La favorecía nuestro Señor con el don de consejo.. . Y sé a ciencia cierta, como escucha que era suya cuando bajaba a oír a algunas personas seculares, que en diferentes ocasio– nes le preguntaban qué harían, en materias im– propísimas de su estado y pobreza y que pare– cía era imposible, moralmente hablando, que pudiese responder cosa del caso, por haber sido tan ajena de otro cualquier estado. Y, con todo, respondía con tan lindo denuedo y tan propia– mente, ,que iban desengañados y consolados los que venían con congoja» 6 • Y, con más fuerza que en Zaragoza, se repit.ió en María Angela la inevitable tensión de toda alma ' Traslado, fº 61r. Las escuchas eran, en los monasterios de clausura, religiosas encargadas de estar en el locutorio cuando alguna, aunque fuera la superiora, recibía cualquier visita. Hoy han desaparecido entre las capuchinas por adap– tación legítima, aprobada por la santa Sede, de ese pre– cepto de la Regla. 219

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