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«Me comunicó -dice- una desnudez de todo lo creado, y de tan fina peregrina, que sólo tenía, a mi parecer, como dicen, los pies para caminar a vista de mi patria» Cf° 191r). Pero la pobreza evangélica consiste también en la realidad externa de una vida pobre. No se podía pretender que una comunidad fe· menina claustral viviera sólo del fruto del trabajo; era necesario el medio subsidiario de las limosnas, previsto en la Regla de santa Clara. Y éstas no fal· taban. De ellas quería que se proveyera con libera· lidad a las necesidades de las hermanas. Todo cuan· to entraba en el convento lo pónía en manos de las hermanas torneras y de la despensera para que lo utilizaran, según su criterio, en bien de todas. Así lo declaran las mismas hermanas en el procesó 4. Pero hay, además, otro aspecto digno de men· ción: su sentido de la justicia y su preocupación por compartir con otros pobres los recursos de la co· munidad. «Ponía cuidado en que los jornaleros, u otras personas a quienes se debiese, fuesen pagados y satisfechos de su sudor y trabajo.» «Encargaba a los donados del convento que, cuando viniesen con limosnas y conociesen la necesidad de alguien, no dejasen de consolarlo: diciendo que Dios pro· veería a sus siervas.» Lo propio inculcaba a las torneras. Durante varios años estuvo mandando la comida cada día a un encarcelado, de nombre Juan de Herrera, que no tenía quien se cuidara de él. Eso mismo hizo, por espacio de un año, con otra persona, pobre vergonzante. Y lo había practicado con muchos otros siendo abadesa en Zaragoza 5 • 4 Traslado, fº lSr, 88v. 5 Traslado, fº 12v, 44r, 60r, 89v, 90r. Esa tradición se perpetuó en las capuchinas de Murcia. f,:l padre Zevallos, que escribía en 1732, añade: «Beneficio que hasta hoy se está experimentando en este convento de Murcia que, no 217
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