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hermanas a vivir del trabajo, mirando de «necesi– tar lo menos posible del socorro ajeno». Ella mis– ma se ocupaba en las labores•; y tenía espe_cial ha– bilidad para la de «cadeneta», como lo afirman las religiosas 3 ; y lo hacía «con sobrado aliño y perfección», tanto que, como ella refiere, a las her– manas jóvenes les parecía exagerado (fº 179v). Personalmente daba gran importancia a la po– breza interior, como despojo y liberación para el amor. En la fiesta de la Epifanía de 1647 renovó los tres votos con esta fórmula: «obediencia, casti· dad, desnudez y pobreza» Cf° 172v). Ya en 1636, en Zaragoza, había escrito, hablando de los efectos de la contemplación divina: «Desnudez de todas las ·cosas y, en particu– lar, desnudez y pobreza de espíritu, que a ratos es muy sensible, y más cuando su Majestad mismo toma la mano ... Me ha trocado la divina bondad de manera que me gozo sumamente en verme desnuda y pobre ... Quisiera una vez estar tan desnuda y pobre, que el Pan que co– mo quisiera pedirlo yo misma, por amor de Jesucristo, de puerta en puerta; tengo envidia de fos que lo van pidiendo con una alforja al hombro por amor de Dios» (64r-6Sr). Esa forma de pobreza de espíritu, consistente en ir haciendo el desapropio de todo lo que no es Dios, aun en los bienes y gracias que son efecto de la divina liberalidad, no es nueva en la mística cris· tiana. La había practicado y enseñado san Francis– co de Asís y aparece frecuentemente en los escritos de san Juan de la Cruz. María Angela la vivía a fon– do y la expresa en sus apuntes de una manera muy personal. ' Traslado, fº 15r, 47r, 63r. 215

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