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viese, todos se pusieron de acuerdo en secundar los deseos de la abadesa (fº 219v). Se activaron las obras, y el 22 de noviembre de 1654 la comunidad pudo regresar definitivamente. A los pocos días de estar en el convento, se asomó para ver la parte que había quedado destruída y se alegró su corazón al descubrir allí mismo «los es– tribos de los colaterales de la nueva iglesia», ya en construcción (fº 220r). Pero lo que mayor seguridad le daba era ver de nuevo a su comunidad al amparo del colegio de la Compañía de Jesús, hacia la cual, muy justamente, sentía profundo agradecimiento. Más tarde decla– rará textualmente al rector, padre Antonio de Aguiar: «Padre mío, ha quedado en mi corazón tal afecto a la Compañía, -que el mayor consuelo que tengo en esta vida es mirar su colegio desde este convento; y me sirve su reloj de despertador, comulgando espiritualmentP. a ca– da cuarto de ihora, y renovando mis votos y los desposorios espirituales con Cristo... » 12 • 12 L. I. ZEVALLOS, Vida, 220. El colegio de San Esteban subsiste, y está siendo actualmente restaurado con su igle– sia. Subsiste asimismo el edificio de Las Ermitas, impro– piamente llamado Los Teatinos. 211

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