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paz cuando se hubo marchado el visitador, contra el cual no tuvo la menor expresión de contrariedad; al contrario, lo trató siempre con afecto y mandó a las religiosas que le prodigaran toda suerte de atenciones. Se contentaba con repetir: -Dios descubrirá la verdad. Y la verdad la descubrió el mismo causante de aquel trance tan amargo, que parece no fue otro que el canónigo don Francisco Verdín de Molina, a quien ya conocemos, nombrado visitador el 17 de julio de 1654 9 • María Angela silencia totalmente el hecho; pero está abundantemente documentado en las declara– ciones de las religiosas que lo presenciaron 10 • De– bido a lo delicado del caso, ya que vivían los inte– resados, las actas del proceso de beatificación no precisan pormenores; pero el biógrafo Zevallos es más explícito al recoger una noticia, según la cual el visitador habría dado crédito a habladurías mal– intencionadas. El demonio se sirvió -dice- de «una desalmada mujercilla, que fue divulgando que las capuchinas, en las Ermitas, no eran tan santas como se decía; que ella sabía bien que trataban con sobrada llaneza con los capellanes que las asistían ... Y señalaba como culpables principales a la abade– sa y a la vicaria». Pero, además, el biógrafo descubre otra mara– ña, relacionada tal vez con aquellos enfrentamientos entre eclesiásticos, que tanto angustiaban a María Angela: el visitador estaba sentido con don Alejo, «por no sé qué lances que habían sobrevenido entre los dos»; y como, por temporadas, iba como cape· 9 F. CANDEL CRESPO, D. Francisco Verdín de Malina; en Murgetana 24 (1971) 37-60. 'º Traslado, 16r, 3lr, 103v. 209

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