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y estable para las pobres capuchinas. Pero surgie– ron problemas y disgustos, donde nadie esperaba, entre los mismos que llevaban ~l asunto entre ma– nos. «Estando nosotras de por medio y viendo era por nuestra causa -refiere María Angela-, era nuestro sentimiento y padecer terrible, añadido a nuestra gran incomodidad y necesidades indecibles, porque no nos acudía nadie, por respetos humanos. A la fin y a la postre, todos nos dejaron en sumos trabajos y aflicciones, sin saber a quién volver la cabeza ni con quién tratar de las materias de nues– tra comodidad y salud. Todos se fueron a sus ca– sas, y cierto que lo tuvimos por alivio de nuestros trabajos ... Al fin hizo la costa Dios con el sufri– miento que nos dio, pero en especial a mí, a quien venían las olas de mar a mar a romperse en mi pe· cho. Y no era esto lo más, sino ver unos señores con otros empeñados con mil disgustos y pesares entre sí, queriendo ir cada uno por su cuenta sin concurrir juntos ... » (fº 217v). Uno de los puntos controvertidos era el de la ubicación del monasterio. El obispo, y no sabemos si también don Alejo, hubieran preferido llevarlo a otra zona, donde poder construir un edificio sólido de nueva planta. La abadesa, por el contrario, se resistía a abandonar el lugar donde se había inicia– do la fundación; es muy probable que el motivo principal fuera la buena vecindad del colegio de la Compañía, con su número de padres bien dotados, tan beneficioso para la formación de las religiosas, como ya lo estaba experimentando. Y el Señor le había hecho entender en la oración que no era otra su voluntad. Con todo, viendo que el prelado estaba decidido al traslado, cedió, confiando que el plan de Dios se cumpliría. Alguna de las religio– sas le manifestó su extrañeza por esa actitud, cons- 207
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