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Era un celo que reconocía como móvil el amor a Dios y el deseo de verlo conocido y amado de todos los redimidos. Pero lo veía tan ignorado, aun de los cristianos ... Leyó un día en el Oficio el relato de los Hechos con el discurso de san Pablo a los atenienses, cuando el apóstol menciona el ara de– dicada al Díos desconocído. «Así como leí estas pa– labras me penetraron el alma -comenta-, porque en lo íntimo de ella me diio su Majestad: -Hija, yo soy el Dios no conocido. Causó esta queja en mí un sentimiento notable y lastimoso. Quisiera mi alma lo amaran y conocie– ran todos como se ama y conoce Él a sí mismo» (fº 207v). La inundación de 1651 No iba a ser el fuego, sino el agua, el nuevo signo de la justicia de Dios para los murcianos. Identificada siempre con las situaciones de su pa– tria de adopción, María Angela había impetrado del Señor, con ocasión de una fuerte sequía, en 1650, la deseada lluvia recitando con toda su comunidad la Oracíón de las lágrimas de Cristo, compuesta por ella misma 4 • Y fue por entonces cuando tuvo un prenuncio mediante cierta representación simbólica, que más tarde comprendería. Le pareció verse ante una mon– taña fragosa, en cuya cima se mostraba el mno Jesús, bellísimo, que la invitaba dulcemente a ir donde él: -¡Vene, vene, vene! Pero una grande avenida de aguas torrenciales • Traslado, fº lOr. 203
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