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Decididamente, no encajaba en la fe de María Angela ese tipo, tan difundido, de religiosidad ca– tastrófica. Ella prefería dar alas a la esperanza y al agradecimiento para con el Dios que perdona y aguanta. Fue por entonces cuando escribió a sp padre espiritual rogándole le indicara algún medio de agradecer al Señor los beneficios recibidos duran– te la epidemia pasada. «Cuésteme lo que me cos– tare -le decía-, no quiero faltar al debido agra– decimiento. Dígame qué sacrificio podré hacer al Señor.» Don Alejo le contestó en el mismo papel, con su excelente buen sentido: «El sacrificio que vuestra reverencia ha de hacer a Dios, en cumplimiento de sus deseos, es el acudir puntual, en cuanto le permita su salud, al cumplimiento de su oficio de prela– da, tomando cuenta, en particular, a las \ eligio– sas jóvenes, alentándolas a la perfección; y estar siempre muy celosa de la puntual obser– vancia de la Regla; y unirlo todo con los mé– ritos de nuestro Señor Jesucristo; y serle agra– decida en los actos de las virtudes. Esta ocu– pación de la instrucción de las almas es el sacrificio y empleo más meritorio y gustoso para su amado Esposo» 3 • Agradecida por temperamento, lo era más to– davía por fe y por amor al divino bienhechor. Toda vivencia interior se resolvía espontáneamente en ex– pansiones de gratitud. La preocupación la llevaba todavía a su Cataluña, trabajada aún en el décimo año de guerra. Un día del mes de junio de 1650 volvió a insistir con el Señor suplicándole devol– viera fa paz a su patria. Después .de la comunión, experimentó un alborozo inusitado. «Había años ' Texto en L. I. ZEVALLOS, Vida, 194. 201

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