BCCCAP00000000000000000000446
Por fin, el 21 de septiembre de 1648 se cantó un solemne Te Deum, en acción de gracias por la des– aparición de la epidemia, si bien la gente tardaba en regresar a la ciudad por miedo a un recrude– cimiento. Intercesión y esperanza En aquella psicosis de castigos divinos, inevita– ble en tales situaciones, sobre todo si no faltan pre– dicadores que recurren a ese tópico para remover las conciencias, no tardaron en sobresaltar a la po" blación otros temores. Corrió la voz de que, no habiendo bastado la peste, Dios iba a castigar a Murcia con el fuego. El bueno de don Alejo com– partía ese temor; en vista de que los murcianos vol– vían a las andadas como si nada hubiera sucedido, fue a encargar a sus capuchinas que interpusieran nuevamente su intercesión para detener la mano de Dios. Era el 24 de noviembre del mismo año. Mientras el confesor le iba hablando en tono trágico de la situación, María Angela, lejos de asus· tarse, sintió suma paz en su interior. Puesta luego en oración, según el encargo recibido, tuvo luz su– perior sobre eso que la gente llama «castigos de Dios», y comprendió que era Satanás quien espar– cía tales rumores para sembrar confusión en los espíritus. «Su Majestad -escribe- me dio particu– lar inteligencia de dos verdades de fe: la una, que hasta el día del juicio no sucedería tal castigo de fuego; la otra, que no sería dicho día hasta que se cumpliese su palabra, que era la conversión de ju– díos e infieles a su fe, y así sólo habría un pastor y unas ovejas. Quedó mi alma, con este favor, tan suave y asida a la bondad y clemencia de su Majes– tad, que quisiera lo amaran todas las creaturas y reconocieran tal benignidad» (fº 189v). 200
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz