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Contemporáneamente, otras hermanas acusaban los síntomas característicos de la peste bubónica, poniendo a prueba la confianza en la certeza reci– bida de Dios. «A sor Francisca Clara -escribe en sus apuntes- le dio una seca, le creció como una nuececica y le duró desde prima noche hasta el día siguiente por la mañana. A sor Jacinta (Torrecilla) le salieron dos, la una bajo el brazo izquierdo; y a sor Gabriela (Morrallán), por lo propio. La madre sor Francisca Gertrudis (Díaz de Béjar) también me dio cuidado una tarde por quejarse de un dolor y pesadumbre que tenía bajo el brazo derecho, con un principio de grano, según me dijo. Pero siempre tuvo su Majestad a mi alma firme y segura en su palabra, sin padecer la más mínima turbación ni duda» (fº 183v-184r). Sor Gabriela declaró en el proceso que se ha– bía sentido curada cuando la venerada madre hizo sobre ella la señal de la cruz 1 • La comunidad hubo de pasar, no obstante, por el dolor de la muerte, por contagio, de uno de los donados agregados al convento. Entre tanto se multiplicaban las rogativas en la ciudad, una de ellas organizada por don Alejo de Boxadós, quien fue caminando descalzo por las ca– lles, con todos los ministros del santo Oficio. Las capuchinas redoblaban sus penitencias y sus súpli– cas. Para esta ocasión compuso la abadesa una De– voción en f arma de rosario a las cinco llagas de Cristo nuestro Redentor, con una antífona y dos ora· ciones en latín; una de éstas estaba tomada de los responsorios del Oficio divino con la súplica del rey David por la cesación de la peste (2Sam 24,l6s) 2 • 1 Traslado, fº llr. María Angela habla extensamente de las incidencias de la peste: fº 182-189. 2 Texto en Escritos, fº 282rv. 199

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