BCCCAP00000000000000000000446
su fe en la providencia amorosa de Dios con la rea– lidad del pecado, mal de los males, y de sus conse· cuencias. Se preguntaba por qué Dios seguía crean· do seres que le habían de ofender: ¿no era mejor dejar que desapareciese el género humano? (fº 160v). En su humildad, atribuía sinceramente a sus propias culpas la causa de los males, y ello le ser· vía de estímulo para purificarse más y más y acre· centar su fidelidad al amado Esposo ofendido. El contagio llegó a Murcia con s4ma virulencia en el mes de abril de 1648. La ciudad quedó casi despoblada. Las víctimas fueron, al decir de algún autor, más de 24.000 en toda la comarca; entre ellas se contó el celoso obispo de la diócesis don Juan Vélez de Valdivieso, que no consintió en abandonar su grey en aquel trance. María Angela supo, «por inteligencia particular», la dolencia y la muerte del prelado, antes que llegara la noticia al convento (fº 187r). En las capuchinas hizo presa la epidemia el 15 de junio. La primera en experimentar el contagio fue sor Ignacia Granda. Estuvo tres días entre la vida y la muerte. María Angela suplicaba al Señor confiadamente, pero llena de angustia. Por fin echó mano de un ardid piadoso para arrancar del Señor el milagro: don Alejo le había encargado que si· guiera rogando; se fue ante el Sacramento, que es· taba expuesto, y oró: -Señor mío, ¿no me dijisteis, tantos años ha, que había de estar suieta a este vuestro siervo? Pues pídoos ahora cumpláis y me deis lo que me manda os pida. Conoció que esta forma de rogar agradaba al Señor y que la obediencia había hecho el milagro. Desde aquel momento mejoró la hermana y salió del peligro (fº 184v·185r). 198
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz