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que ese resistir las avenidas del arrobamiento. Cuan– do le sobrevenían los incendios del corazón, tenían que aplicarle paños mojados para moderar el ar– dor, perceptible exteriormente. «Salía de aquellos desmayos -declara una testigo- tan inflamada y fervorosa, que enternecía a las presentes» 9 • Tales «accidentes» no eran sino la exteriorización de lo que sucedía secretamente entre Dios y el alma. María Angela menciona frecuentemente los «dardos y saetas de amor», con que el Amado le hiere el corazón 10 • Lo que ya no dependía de ella era otro fenómeno externo, que suele ser corriente en la vida de los grandes contemplativos: el resplandor que emana– ba de su persona. Las hermanas que declararon en el proceso dicen haber percibido esa luminosidad en el asiento que la madre ocupaba en el coro y en torno a su cabeza. En 1656, hallándose enferma, la estaba asistiendo la enfermera sor Gabriela Josefa Marrallán; a media noche la oyó hablar a solas; picada de la curiosidad, se acercó a su cama y la vio rodeada de una gran claridad. Dedujo que esta– ba gozando de alguna visión celestial, y le dijo en tono de confianza: -Madre, buena está su reverencia: ¿ qué gente anda por allá? -Calla, boba, y duerme, que a ti no te toca eso– le repuso con gracia. Lo cierto es, afirma sor Ga– briela, que a la mañana siguiente se levantó sana. En los apuntes de estos años, más que en los de Zaragoza, aparecen descripciones de visiones, que ella clasifica en «intelectuales» o «imaginarias», según la nomenclatura de san Juan de la Cruz, pe- ' Traslado, fº 12r. 10 Escritos, fº 169r, 174v, 176v, 198v, 199r, 210r, 213v. 193

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