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«Desde este tiempo, y cuando mucho tenía siete años, -sigue refiriendo-, se me adelantó el uso de la razón. y esto lo oí decir a las personas que me conocieron. Mi niñez no fue sino hasta los siete años, y de éstos en adelante fui ya mujer de juicio y no poco advertida, y así sufrida, compuesta, callada y verdadera. » Esta madurez anticipada, que iremos observan– do en adelante, hará de ella una existencia excep– cional, una de esas que, profundas y transparentes al mismo tiempo, atraen e inquietan sin pretenderlo. Cumplidos los nueve años, hubo de separarse de su querida ama por disposición de los tutores. Para entonces -escribe- «ya sabía toda la doctrina cris– tiana, de modo que, llegando a casa de uno de los tutores, la enseñé a una niña de seis años». Durante dos años estuvo aprendiendo a leer y a hacer labores. Fue entonces cuando se despertó en ella una afición incontenible a los libros, en particu– lar a los escritos en latín. Ella misma afirma que dejaba admirado al maestro, que le daba lección, por la prontitud de captación y su fácil retentiva (fº 99v). No hace mención de un hecho tan importante como el de su primera comunión, que tuvo lugar probablemente estando en Sarriá. En cambio recuer– da su confirmación, a la edad de diez años, de ma– nos del obispo don Alonso Coloma, en la iglesia parroquial de San Jaime; a los tres nombres de pila le fue añadido entonces, según la costumbre existente, uno más, el de Eulalia, la santa mártir cuyos restos se veneran en la catedral de Barcelona 4. • Escritos, f° 268v. La partida no fue hallada, por más pesquisas que se hicieron, en 1758, en los registros parro– quiales y diocesanos de Barcelona. 161
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