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guna, por intensa que fuera la atracción hacia el interior y la suspensión en Dios. Obediencia cos– tosa, pero grata a Dios, por lo que tenía de renuncia y desapropio. Le sucedió en la noche de Navidad de 1647: «Al principio de maitines principié a expe– rimentar el desfallecimiento y desmayo suave, y recelando no me imposibilitase las precisas obligaciones del coro, y luego su mandamien– to de vuestra señoría, resistí cuanto me fue posible la fuerza de la atracción que hacía su Majestad a mi alma para sí; y le supliqué se quedase con fas mercedes que me quería ha– cer, porque no podía admitirlas. Quedé con una gran paz, en habiendo hecha esta renunciación, y me dio su Majestad inteli– gencia estaba mi alma en este caso en la ver– dadera pobreza de espíritu, y que quedaba muy gustoso de mi renunciación, por haber sido por obediencia a mi padre espiritual» (fº 18lr). Pero a veces le parecía que no podía ser total un amor en que no tomaban parte los sentidos, como sucede en el afecto humano: no era de «fina ena– morada» andar teniendo a raya el sentimiento. Has– ta que un día le comunicó el Señor «por particular inteligencia»: -Los sentidos son fenecederos, pero las poten– cias no lo son, antes bien se mejoran y tienen nue– va vida. «Con esto me enseñó su Majestad -añade- no estaba la fuerza del amor en la fragilidad de los sentidos, sino en la valentía de las potencias del alma» (fº 177r). Menudeaban, no obstante, los desfallecimientos y desmayos, con aparente insuficiencia cardíaca, que alarmaban a las religiosas; y la causa no era otra 192
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