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no os hallo; y cuando voy olvidada, os topo. ¿Qué es esto, Señor y Amado mío? ¡Cómo os escondéis cuando queréis, y cómo os manifes– táis mostrándome cómo me amáis!» (fº 199v). Declara con amargura indecible en 1651: «Es grande la violencia de mi padecer interior y aflicción de espíritu, ausencias y soledades de mi amante Dios, y ¡cómo padezco en manos de mis pasiones naturales! ¡Ay dolor, y qué padecer! Re– cíbame mi Dios este purgatorio, pues sin duda en purgatorio estoy» (fº 77v). El sufrimiento sube de punto cuando el alma ve que la causa de la ausencia del Amado es la pro– pia infidelidad e imperfección. Un día se vio María Angela como «una cervatilla de color cenizoso, co– rriendo a toda prisa, buscando guarida en un mon– te grande, áspero y raso»; llegó «a la falda de una gran peña donde había una cuevecita»; y allí se le representó Cristo en figura de buen pastor, que la invitaba con voz acogedora: - ¡Ven a mí, cierva acosada! (fº 155v). Por lo mismo, tanto más profundamente sabo– reaba los deleites del amor unitivo, que ya no eran aislados, sino que constituían como un estado inin– terrumpido de absorción en Dios. Bellamente ex– plica, en 1647, la diferencia entre las dos maneras de experiencia de la presencia unitiva: 186 «Me dio a entender su Majestad la diferen– cia que hay entre la experiencia que tengo muchas veces de su asistencia exterior y la in– terior. Digo exterior cuando, en la pieza que estoy, me hallo acompañada de su santísima Huma– nidad. Y llamo interior, cuando experimento lo tengo en el centro y más secreto de mi alma; porque en esta asistencia secreta se une mi

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