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El Corazón de Jesús sigue ocupando puesto cen– tral en su manera de sentir el amor del Redentor (fº 213v). «Quisiera ser la más fina amante que .ia· más haya tenido», escribe en 1650 Cf° 208r). Tiene sus horas felices de enamorada, como cuando siente experimentalmente a su lado al divino Esposo que la acompaña en el canto del Oficio divino. «hacién· dose presente con tanta particularidad -dice-, co· mo si solos rezáramos los dos y en el coro no hubie· ra religiosa ninguna» (fº 200v). «¡Ven a mí, cierva acosada!» Le toca también aceptar las «ausencias y retiros de Dios», que son como «un purgatorio interior», afirma en 1648 (fº 181v). No hay pena comparable a la que el alma prueba cuando el sumo Bien se le oculta después de haberla enamorado. Esta especie de juego al escondite, tema frecuente en todos los místicos, lo describe deliciosamente María Angela en 1649: «Recibí a su Majestad sacramentado con una sequedad grande interior, pero deseosa de topar con su Majestad. Y parecía que, al mis– mo paso que yo le deseaba, se retiraba y es– condía. Pasadas dos horas, poco más o menos, iba yo buscando a una religiosa y, al pasar por una puerta, topé con mi Amado, que se me hizo como encontradizo, ,hiriendo mi a:lma y dicién– dome: -¡Aquí estoy, dentro de ti! Y yo, herida prontamente de la ex,perimen– tal presencia de mi Amado, le di gracias por el favor, y le di mis ,quejas, diciéndole: -¿Qué es esto, Dios mío? Cuando os busco, 185

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