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ridad -dice-, siendo mi camino interior todo cotl· trario a tal lectura.» La «temeridad» no estuvo en haber cedido a la curiosidad del tema, sino en ha· berse dado, con ello, aire de persona intelectual y de sentido crítico, cuando Dios la llevaba por ca· minos de sencillez y de infancia espiritual. Llegó la noche de .Navidad; al cantar el sacerdote, en el evangelio, las palabras: Dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre (Le 2,7). escuchó en su interior que el Dios niño le decía: -En estas mis niñeces has de volver a ocuparte. Y le dio a entender cuánto le había disgustado la lectura de aquel libro. «Y como el decir de su Majestad es obrar -prosigue-, en un instante me hallé trocada en niña tierna y amorosa para con Él. De,ióme tan suave y sazonada para gozar de su suave niñez, envuelto en pañales y puesto en un pesebrico, que me admiré sumamente. Me cubrí el rostro para mayor recogimiento y gozar a solas, en pacífica quie· tud, de mi Niño, y me dijo: -Ahora estás muy a mi gusto, cubierta como una niña vergonzosa y, por tanto, más querida mía)> (f 0 219rv). Por lo que hace a la persona de Cristo, se obser· va una progresiva identificación con sus padecí· mientas al meditar en la pasión, en particular con sus «penas mentales», es decir, las internas del Sal– vador paciente (fº 175v). El paso preferido sigue siendo el del pretorio: Cristo atado a la columna y azotado. El 18 de diciembre de 1645, contemplán– dolo así, «deseé -escribe- verme en otra columna por su amor, para celebrar de nuevo mi matrimonio de sangre y de nuevo ser su semejante por acto de padecer y por correspondencia. Quedé tan otra crea– tura y hecha tan a ley y trato divino con mi Esposo 183

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