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el Espíritu divino en los discípulos cuando bajó encima de ellos en lenguas de fuego» (fº 80r). Toda celebración tenía su centro en la Eucaris– tía. Si ya en Zaragoza logró, para sí y para sus her– manas, la mayor frecuencia de comunión que con– sentían las normas <le entonces, ahora ésta se hizo prácticamente diaria. Además de los domingos y fies– tas, la comunidad comulgaba todos los lunes, jueves y viernes, y, en los otros días, siempre que había algún motivo que lo justificase, como una circuns– tancia interna o una necesidad por la que había que orar. 4 Cada comunión es para María Angela «una hora secretísima» de intimidad con el Amor (fº 196r). Esa especie de instinto litúrgico la hacía sobre– ponerse incluso a sus zozobras de conciencia, comu– nicándole libertad de espíritu. No sé quién le pudo enseñar, en aquel entonces, a confiar en la eficacia sacramental de la absolución deprecativa, como ella la designa con extraña precisión. Le ocurrió en ju– nio de 1652. Al corregir a una hermana había tenido un acto de impaciencia, con el que temía «haber ofendido venialmente al Señor». Le pidió perdón, pero no se sosegaba. Al llegar el momento de la comunión, recitó la confesión general con toda la comunidad, según costumbre; y «al dar el sacerdote la absolución deprecativa -refiere-, entendí den– tro del centro de mi alma que su Majestad mismo me absolvía con especialidad de la dicha impacien– cia» Cf° 216v). Hay un elemento de la piedad de María Angela que guarda relación con la misión particular asu– mida por ella y su comunidad en la fundación de Murcia: la adoración y reparación eucarística. Gus– tosamente hizo suyo, como fundadora, este compro- • Traslado, 17r, 49r. 181
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