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La última fue Jerónima María Inés, nacida el uno de septiembre de 1592 y bautizada con esos nom· bres dos días después en la parroquia de Santa Ma· ría del Pino 2 • Contaba apenas diez meses la niña cuando falle– ció doña Catalina. Es el primer hecho de su vida que ella recuerda, uniéndolo al primer favor sobre· natural recibido de Dios: se le grabó el color car· mesí de la colcha del lecho de muerte. «Quísome tanto -escribe- y túvome tanto amor y cariño que, estando ya muy cerca de morir, sólo pidió por mí y que me llevasen a su presencia, y no a ninguno de mis hermanos.» El padre, que la idolatraba, la confió a los cui– dados de una nodriza, que haría con ella las veces de una verdadent madre. Se llamaba Apolonia y vivía en el pueblo de Sarriá, no lejos del casco ur– bano. Terminado el período de la lactancia, volvió a la casa paterna; mas por poco tiempo, ya que don Cristóbal falleció igualmente, quedando ella huér· fana a la edad de cinco o seis años. «Améle tierní· simamente -dice-; pero Dios nuestro Señor, que parece celoso de mí, me lo quitó, porque, según era la merced que me hacía y el amor que yo le tenía, si me viviera, creo sin duda ninguna no fuera reli· capuchinos. Tuvieron que salir de allí en 1618; en 1626 construyeron, no sabemos si gracias a los bienes aporta– dos por Cristóbal Astorch, el que fue famoso convento-san– tuario del Buen Suceso. Los capuchinos se establecieron en Santa Madrona en 1,619 a petición del Consell. Véase BASILI DE RUBÍ, Un segle de vida caputxina a Catalunya, Barcelo– na 1977, 51-73, 330-340. 2 Escritos, fº 265v-266v; Proceso informativo de 1668/ 70: Summarium, f° 72, 1'87, 234, 428; y del de 1770/71: fº 102 (partida ,de bautismo), 194, 475, 690; L. l. ZEVALLOS, Vida, 2-7. 14
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