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blanco confundir al enemigo y todos sus em– bustes. Y así me atrajo su Majestad para sí, suave y amorosamente, con unas palabras de la gloriosa santa Cecilia: Domine Iesu Christe, seminator casti consilii. .. (Señor Jesucristo, sembrador del consejo casto, recibe los frutos de la siembra que sembraste en María Ange– la)» 9 • Estaba en la firme persuasión de que estos y otros aciertos en la dirección de la comunidad no sólo eran puro don de Dios, sino que esa luz y pru– dencia de gobierno estaba en relación directa con su crecimiento en la experiencia de Dios. Cuanto más de lleno se sentía introducida en el secreto de las comunicaciones divinas, tanto más «advertida, considerada y prudente, atenta y experimentada» se veía en sus responsabilidades como abadesa (fº 202r). Tenía un método personal de avivar la mirada de fe sobre las hermanas: «Mi ordinario obrar -escribe en febrero de 1647- es a vista de mi divino Señor... -Sufro y me resigno, tengo paciencia y callo, niego mi gusto y querer y entender, uno mi sentir con humilde dejo en cosas indiferentes. Venero en mis religiosas la santidad oculta que Dios ha infundido en sus almas. Tolero sus condi– ciones y naturales, con desengaño que somos vasos quebradizos; compadézcome por lo que ,pueden ser detenciones para ser santas, y más ,por no ser Dios más servido» (f 0 174v). Y se sentía feliz en medio de ellas, una dicha del espíritu que la hacía, a veces. sentirse transpor– tada a regiones más altas. En 1651, estaba cierto día • Antífona del Oficio de santa Cecilia. 172
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