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de la Esperanza, en que comienza la semana intensa de preparación para Navidad, reunió a las jóvenes profesas y les habló con tal unción del misterio del Dios hecho niño, que «se enternecieron» (fº 190r). Lo propio hizo un día de la semana de Pentecostés de 1651. La había penetrado profundamente, en las vísperas, el versículo Dominus memor fuit nostri et benedixit nobis (Sal 113, 20: El Señor se ha acor– dado de nosotros y nos ha bendecido), con luz parª ticular sobre la liberalidad de Dios para con sus creaturas. Terminado el rezo, tuvo hora y media de coloquio espiritual sobre ese tema con las mismas neoprofesas, «y así pasamos la tarde -escribe– ellas y yo muy gustosas» (fº 78r). Otras veces, sobre todo cuando h~blaba a toda la comunidad, sus pláticas eran bien pensadas y or– denadas, siempre de argumento bíblico, que ella meditaba previamente, como la que tuvo en la fies– ta de Epifanía de 1651 para preparar a las herma– nas a la renovación de los votos, a base de tres textos del Antiguo Testamento: Ex 13,2 (consagra– ción de todo primogénito), Pr 6,20 («guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lec– ción de tu madre»), Ecclo 2,1 ( «Hijo, si te llegas a servir al Señor... »). La tenía preparada desde el 24 de diciembre (fº 80v). ¡Cómo hubiera querido que sintiesen lo que ella sentía y gozasen, en tales ocasiones, lo que ella go– zaba!, pero sin que ella se diese cuenta, siendo puro instrumento en las manos de Dios, «sin reflexiones y advertencias mías -dice-, sino de pronto y al primer golpe, por la gracia interior, quedando yo humillada y aniquilada en mi nada» (fº 209v). En realidad su magisterio espiritual alcanzaba por igual a nuevas y antiguas, echando mano de los mismos métodos formativos que conocemos, pero 167

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