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Su atención principal va dirigida a la buena se– lección y formación de las nuevas. Muy luego de es– tablecerse la comunidad, en efecto, comenzaron a pedir el hábito numerosas señoritas, algunas perte– necientes a la nobleza murciana. Antes del año eran ya nueve las novicias que se preparaban para la pro– fesión. Los comienzos de una fundación requieren particular rigor en la admisión. No titubeó en des– pedir a tres, que habían venido de otro monasterio de la ciudad, porque vio que «estaban muy lejos de los pasos evangélicos y de la sujeción y niñez evangélica conveniente a nuestro estado», razona ella misma (fº 166). Comunicaba a las recién llegadas el aprecio del llamamiento divino, que en ella era verdadera ex– per iencia mística, un sentirse amada y elegida por Dios desde toda la eternidad, y precisamente para capuchina (fº 200v). El secreto de su éxito como formadora era, precisamente, esa realidad patente de lo divino que las jóvenes percibían a su lado, sobre todo cuando la veían violentarse para aten· derlas a ellas en momentos de fuerte suspensión del espíritu en Dios. Así le sucedió en la fiesta de la Epifanía de 1647. Se hallaba en el noviciado y sen– tía «una inclinación amorosa y tierna» hacia el Se– ñor, con un «impulso suave a estar a solas con Él»; pero se acordó del mandamiento del sensato don Alejo de no abandonarse, en tales ocasiones, al goce de la contemplación, sino ocuparse «en atender a la novicia más necesitada», segura de que. cum– pliendo este deber, se hallaba más unida a Dios . Así lo hizo, aunque con «una apretura de corazón» que no pudo ocultar a las novicias (fº 172v). Sus pláticas e instrucciones no eran otra cosa que la comunicación viva y emocionada de la luz que ella misma recibía en la celebración litúrgica. El 18 de diciembre de 1648, día de nuestra Señora 166
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