BCCCAP00000000000000000000446

cabo de media hora el malparado estaba de nuevo en el pescante. Todos quedaron convencidos de que la curación era mérito de la santidad de la madre abadesa. Ella entonó una antífona de acción de gracias a la santísima Trinidad. Prosiguieron el viaje sin otra novedad. Diez días después se detenían en Játiva, donde les dio hospe– daje don Fadrique Ferriol. En casa de este gentil caballero recobró la vista un niño de pocos años, ciego de nacimiento, después que sor María Angela le hizo la señal de la cruz. «No lo pude excusar -re– fiere con sencillez-, aunque lo rehusé lo que pude. Dile también del ungüento que se puso al cochero.» Y atribuye el milagro a la gran fe de la madre del niño. No faltó la florecilla de la perfecta alegría. Más allá de Monforte les cogió la noche en medio de un fuerte aguacero; perdieron el camino y estuvieron a punto de despeñarse. Llegaron a media noche al convento de Orito, de franciscanos descalzos, lugar santificado un siglo atrás por san Pascual Bailón. Después de mucho llamar -refiere- «quiso Dios que bajase un religioso, tan malhumorado, que no había quien lo pusiera en razón. Sólo nos abrió y, con harto disgusto, nos entró en un cuarto sin co– modidad ninguna, ni para tomar un poco de sueño. Sólo una luz nos dio para alumbrarnos. Pidiéronle pan y algo para cenar las religiosas y demás gente, pagándoselo y rogándoselo, y no hubo remedio: ¡ni una poca de agua para beber!, porque a todo de– cía no tenía nada ni podía sin dar razón a su guar– dián. Al fin uno de los sacerdotes nuestros le dijo unas cuantas verdades, tratándolo de incaritativo, que siquiera una ensalada de lechugas no diera. Al fin ésta dio, y con ella se pasó toda la gente, y con harta alevía, que era para alabar a Dios. Nosotras lo pasarnos hasta la mañana sentadas por aquellos 162

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz