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ternísimamente, que, como Dios nuestro Señor la ha dotado de tantos dones y gracias, donde quiera que asiste lo llena y consuela todo; y así es fuerza nos haga su ausencia gran va– cío» 8 • De las vicisitudes del largo viaje nos informa la misma María Angela en una detallada relación es– crita por orden del confesor (fº 151r-153v). Forma– ban la comitiva dos carruajes, puestos a disposición de las monjas por orden del rey: en el primero iban ellas, en el otro don Diego la Balsa con otros dos sacerdotes, uno de ellos el confesor. El patriarca de las Indias ,quiso acompañarlas un buen trecho. La primera noche hubieron de pasarla en un despoblado, bajo fuerte temporal de truenos, re– lámpagos y lluvia. ·El tercer día, domingo de la san– tísima Trinidad, tuvo sor María Angela una comu– nicación divina, que la dejó animada y mejorada en la salud: «lo necesitaba harto». Conoció por luz superior que san Francisco y santa Clara iban con ellas «hacia la parte de la proa del coche en lo alto de él»; se sentía segura con tales guías y protectores. El cuarto día ocurrió un triste accidente. El co– chero del carruaje de los sacerdotes, que iba mon– tado en una de las mulas, tuvo la fatalidad de dor– mirse y, en una arremetida del tiro, cayó a tierra; las ruedas le pasaron por encima, dejándolo ma– gullado y en trance de muerte. Las religiosas se pu– sieron en oración, invocando la intercesión de los dos seráficos fundadores. «Dímosles paños y un po– co de ungüento llamado El ampo del sol para que, vivo o muerto, se lo pusiesen en todas las partes en que había recibido daño», escribe María Angela. Al 8 El texto de ésta, como de las otras cartas citadas, se halla en N. TORRECILLA, o.e., f• 18v-28v. 161

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