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de tantas hermanas y, también, como los de las grandes «misericordias» de Dios. Todavía cuatro años más tarde, desde Murcia, le parecerá estar oyendo las campanas del Pilar y de la Seo, y volará con el afecto entre sus antiguas hijas espirituales, que ella sabe la siguen recordando y amando (fº 197v). Y seguirá de cerca, con goce legítimo de «abue– la», como le gusta llamarse, las sucesivas fundacio– nes conducidas por las que fueron sus novicias: la de Huesca, en 1648, obra de la que fue la primera de ellas sor Angela Serafina de Mendoza; la de Ca– latayud, en 1655, guiada por sor María Teresa Neyla; la de Palma de Mallorca, en 1660, cuya fundadora, la noble sor Clara Ponce de León, ingresó cuando ya ella no estaba en Zaragoza. Testimonio de la vitalidad del convento de Zaragoza serían aún las fundaciones de Caspe (1696), Sevilla (1700), Gea de Albarracín (1756). Si ella no olvidó Zaragoza, tampoco Zaragoza la olvidaría. Por una carta de la abadesa sor Tomasa Bosquí a la abadesa de Murcia, sabemos que, en 1753, perduraba viva la fama de santidad de sor María Angela en la ciudad del Pilar 7 • Sobre todo, les costaría olvidarla a las hermanas de comunidad. En la carta que la abadesa sor Luisa Teresa escribió a don Alejo de Boxadós, con fecha 7 de junio, le decía : «Todas las de acá quedamos con la pena y soledad que vuestra señoría puede considerar. Sólo un querer de Dios puede tener fuerza para hacer esta división tan sensible; v, sobre todo, el haber de carecer de la compañía de nuestra fundadora y madre vicaria sor María Angela Astoroh, a quien todas estimamos y amamos ' Se conserva en el archivo de las capuchinas de Murcia. 160
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