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lograr que las religiosas aceptaran aquella merma de la comunidad. La tercera era para sor María An· gela. «Ha llegado el día dichoso -le decía- en que están ya reducidas a clausura religiosa las casas.» Y la animaba a la empresa. Por último, había tam– bién una carta para sor Clara Sessé y sor Francisca Gertrudis, pidiéndoles aceptasen acompañar a la fundadora. Con fecha 8 de junio otorgaba el arzobispo su autorización para el traslado a Murcia de las cinco religiosas. Sor María Angela Astorch, como abadesa, sor Clara Sessé, como vicaria y sor Francisca Ger– trudis como secretaria y tornera. A ellas se unían las dos elegidas por la fundadora: sor Arcángela Ezpeleta de Amatriain, navarra, y sor María Inés de Villaseca. Encomendó los particulares de la par· tida al racionero de la Seo don Diego la Balsa. Junto con la carta del arzobispo, Uevaban con· sigo la recomendación del patriarca de las Indias don Alonso Pérez de Guzmán, fechada en Zaragoza el mismo día 8 de junio, para el deán y cabildo de la catedral de Cartagena; en ella decía: «Su Majes– tad me manda represente de su parte se dará por servido de toda la buena acogida que se hiciere a las madres capuchinas, por la devoción que tiene con esta religión.» Y al día siguiente, 9 de junio, viernes de la oc· tava de Pentecostés, partía el grupo de las cinco monjas rumbo a Murcia. «Salí del convento de Za· ragoza -escribe María Angela-, si no con tanto sentimiento como del primero (de Barcelona), lo bastante para hacerme derramar muchas lágrimas, por el amor grande qué tenía a mis hijas espiri– tuales .» Seguirá recordando los años de Zaragoza como los de los mejores consuelos en su tarea de guía 159
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